miércoles, 16 de diciembre de 2009

Crucifixión del círculo

Puta arrabalera, quiste bien incrustado en mi cerebro. He marcado la séptima cruz en el calendario. Siete cruces, una tras otra. Siete cruces sin el alivio del círculo. Algunas cruces más y mi calendario se habrá convertido en un cementerio. Y a ti te enterraré en una memoria de archivo que nadie se dignará consultar; tu sudario será mi calendario, escrupulosamente marcado.
Cruces.
Círculos.
El tiempo se ha dividido entre tus presencias y tus ausencias: una cruz si no te veo y un círculo si me brindas el honor de tu presencia. El honor de tu presencia. Días tachados y días auroleados. Cruz, círculo. Ahora acabo de marcar la séptima cruz consecutiva.
Siete cruces alineadas, siete días sin verte, sin tocarte, sin olerte, sin oírte, siete días obsesionado por una linea telefónica al extremo de la cual no apareces, siete días sumergido en el sonido estridente y reiterativo que estremece tu casa, pero absuelve a tu oído. Tengo el honor de tu ausencia, el honor de siete días marcando cruces en la más espantosa de las soledades, untándome el gaznate con los brebajes más variados, brebajes cuyo conocido y loado efecto -un progresivo alelamiento nirvanático, le vert paradis des amours enfantines- supongo consigue, pese a mi perseverancia, apartar de mí esa salpicadura de tinta espesa que borra todo lo demás. Tu rostro que ya es cruz.
Siete días masticando mi incredulidad ante tu terca ausencia, ante la ausencia total de señas tuyas.
He descubierto la inutilidad de sentarme frente al telefono y mirarlo fijamente y con intención retadora; había imaginado, no sé por qué, que el truco funcionaría. Ahora este artefacto mudo se ha convertido en el más peligroso y pérfido de mis amigos.
Habla mudito, cántame un tango.
Hace cuatro cruces me sentía perfectamente satisfecho de mi mismo; había logrado apuntalar y encorsetar mi ansiedad bien embutida en un recipiente hermético. El recipiente hermético tuvo el mal gusto de reventar como las tripas de un pollo, y el resultado, francamente hediondo, fue exactamente el siguiente:

Puedo vivir sin tí un máximo estipulado de tres días, setenta y cuatro horas de resistencia, tres magnificas cruces.

Presentaré mi caso al director del Guinness Book of Records. Una gran marca.
Podría jugar a la ruleta con mi calendario. Rojo- negro, par-impar, cruz- círculo. Todavía no me atrevo a estudiar las constantes, los eternos retornos, los ciclos, la encantadora burleta de la cruz y el círculo. Si hoy tuvieras a bien concederme el privilegio de tu presencia, la última combinación sería: CÍRCULO, CRUZ, CRUZ, CRUZ, CRUZ, CRUZ, CRUZ, CRUZ, CÍRCULO, o sea, me fustigas, me desazonas, me desordenas, me estropeas, te burlas de mí, gusanito, puta embustera, puta infecta, abyección con patas, pendoncillo vulgar. Tu pequeñez es ostensible y puntiaguda. Apenas abultas lo de un guisante y, sin embargo, como el guisante del cuento, tu pequeñez se hace dolorosa aún bajo siete colchones. Eres un tumor, una infección que muerde rápidamente y una por una todas las células de un organismo antaño vigoroso. Creo que estoy empezando a odiarte. Y hoy no has venido.
Tal vez mañana...

"La crucifixión del círculo" (fragmento) de Ligeros libertinajes sabáticos, Mercedes Abad

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